23 Ángeles
Por: Manuel Romulo
El 28 de abril del 2004 empezó para mí como cualquier otro día en el que debía asistir al colegio para estudiar. Cursaba primero de primaria y pasaba los días feliz con mis amigos y familia sin esperar que algo pudiera modificar el orden de las cosas. Ese miércoles llegué a las 7:00 am al colegio, como era debido, y pasé todo el día junto a uno de mis grandes amigos: Andrés David Mazo. Sin pensar y nunca imaginar que sería el último día que lo vería.
Andrés, como era de costumbre al sonar el timbre a las 3 de la tarde, se dirigió al bus escolar que debía dejarlo en su casa. Se subió junto con aproximadamente 44 niños de cursos entre kínder y undécimo y tres adultos. Tan solo 15 minutos después, el bus número 12 del Agustiniano Norte, transitaba por la Avenida Suba con calle 138.
En la calle contraria se estaban realizando adecuaciones para el sistema de Transmilenio, por lo que había maquinaria pesada en esa vía. El conductor de una maquina recicladora de asfalto de 40 toneladas perdió el control y no pudo evitar que el aparato se volcara por la curva donde quedaba Vidrios Muran y cayera precisamente encima del bus escolar. El accidente dejó 21 niños muertos, entre ellos Andrés David, dos adultos muertos y 24 heridos.
El 28 de abril del 2004 empezó para mí como cualquier otro día en el que debía asistir al colegio para estudiar. Cursaba primero de primaria y pasaba los días feliz con mis amigos y familia sin esperar que algo pudiera modificar el orden de las cosas. Ese miércoles llegué a las 7:00 am al colegio, como era debido, y pasé todo el día junto a uno de mis grandes amigos: Andrés David Mazo. Sin pensar y nunca imaginar que sería el último día que lo vería.
Andrés, como era de costumbre al sonar el timbre a las 3 de la tarde, se dirigió al bus escolar que debía dejarlo en su casa. Se subió junto con aproximadamente 44 niños de cursos entre kínder y undécimo y tres adultos. Tan solo 15 minutos después, el bus número 12 del Agustiniano Norte, transitaba por la Avenida Suba con calle 138.
En la calle contraria se estaban realizando adecuaciones para el sistema de Transmilenio, por lo que había maquinaria pesada en esa vía. El conductor de una maquina recicladora de asfalto de 40 toneladas perdió el control y no pudo evitar que el aparato se volcara por la curva donde quedaba Vidrios Muran y cayera precisamente encima del bus escolar. El accidente dejó 21 niños muertos, entre ellos Andrés David, dos adultos muertos y 24 heridos.
Mientras este acontecimiento que iba a cambiar la vida de muchas personas sucedía, yo me dirigía tranquilamente a mi casa después de que mi mamá me recogiera en carro en el colegio. Al llegar de una larga jornada de estudio me acosté con mi mamá en su cama a ver televisión.
De 45 minutos a una hora aproximadamente después de mi llegada a la casa con mi madre, alguien empezó a tocar la puerta desesperadamente. Era mi padre, entró con mucha angustia a la casa buscándome y preguntando por mí. Cuando me vio me abrazó fuertemente y con lágrimas en los ojos me decía lo mucho que me quería. Después de esto le contó a mi mamá lo que había pasado con el bus 12 de mi colegio, pero yo no entendía la dimensión de los hechos, ya que en ese momento tenía 6 años de edad.
Al día siguiente en el colegio se realizó una misa a la que asistieron todos los cursos y profesores. En esta explicaron lo que había acontecido el día anterior y dijeron los nombres de los 21 niños y jóvenes que perdieron la vida en el accidente. Al escuchar el nombre Andrés David Mazo Carvajal entendí con claridad lo que pasó y supe que no volvería a ver a mi gran amigo. Mientras las lágrimas no paraban de salir de mis ojos, miraba a mí alrededor y era casi imposible encontrar a una persona que no estuviera llorando.
Considerada como una de las peores tragedias en la historia reciente de la capital, marcó totalmente a una gran cantidad de personas, en las que me incluyo. La muerte siempre deja cicatrices en los vivos, como las que dejaron 21 niños y 2 adultos muertos en el accidente. Los 23 ángeles del Colegio Agustiniano Norte.
De 45 minutos a una hora aproximadamente después de mi llegada a la casa con mi madre, alguien empezó a tocar la puerta desesperadamente. Era mi padre, entró con mucha angustia a la casa buscándome y preguntando por mí. Cuando me vio me abrazó fuertemente y con lágrimas en los ojos me decía lo mucho que me quería. Después de esto le contó a mi mamá lo que había pasado con el bus 12 de mi colegio, pero yo no entendía la dimensión de los hechos, ya que en ese momento tenía 6 años de edad.
Al día siguiente en el colegio se realizó una misa a la que asistieron todos los cursos y profesores. En esta explicaron lo que había acontecido el día anterior y dijeron los nombres de los 21 niños y jóvenes que perdieron la vida en el accidente. Al escuchar el nombre Andrés David Mazo Carvajal entendí con claridad lo que pasó y supe que no volvería a ver a mi gran amigo. Mientras las lágrimas no paraban de salir de mis ojos, miraba a mí alrededor y era casi imposible encontrar a una persona que no estuviera llorando.
Considerada como una de las peores tragedias en la historia reciente de la capital, marcó totalmente a una gran cantidad de personas, en las que me incluyo. La muerte siempre deja cicatrices en los vivos, como las que dejaron 21 niños y 2 adultos muertos en el accidente. Los 23 ángeles del Colegio Agustiniano Norte.