Cómbita, tierra de guerreros
Por: María Fernanda Noguera
El sábado al mediodía me dirigí camino a Boyacá, más exactamente a la vereda San Isidro, en Cómbita. Tomé la Autopista y el trancón típico de esa ruta se pronunció, en la radio sonaba “Flores en vida”, de Arelis Henao, una de las canciones favoritas de Rafael Piratova, un campesino que llegó a Bogotá hace 60 años y que regresaba a visitar su hogar de nacimiento en plenas fiestas.
Casi una hora nos tomó el trancón, mientras tanto, Rafael pensaba en qué llevar de presente a sus compadres en Cómbita.
El pueblo está a 8,5 kilómetros de Tunja, la capital de Boyacá, su nombre significa garra de tigre, y no en vano, de allí han salido guerreros como Nairo Quintana, ciclista ganador del Giro de Italia; Pedro Medina Avendaño, abogado y poeta; y otros tantos campesinos como Rafael.
A las 3 de la tarde llegué, la entrada se ubica en la Troncal Central del Norte y se puede ver un pequeño letrero que dice Cómbita, unos 3 kilómetros de subida y la plaza principal, la iglesia y muchas tiendas se avistan. Desde esa hora los hombres en el pueblo están tomando Poker y las mujeres están en casa. Es un pueblo pequeño y todos se conocen, pero cuando llega un extraño se quedan mirando.
Para llegar a la vereda San Isidro se pasa por un pequeño puente al frente del cementerio central, luego se toma una carretera destapada rodeada de varios árboles, perros y de vez en cuando personas a caballo. Llegar allí es encontrarse con sus verdes paisajes, llenos de animales, pinos, casas alejadas las unas de las otras, con el típico diseño de tejas cuatro aguas y personas que saludan a quien pase por la carretera destapada.
La tradicional ruana, hecha 100% de lana, es la principal vestimenta de todo el que viva allí, café o blanca siempre será usada después de las 5 de la tarde, cuando un frío penetrante llega al pueblo y los campesinos salen de dejar su ganado en el corral. El sombrero en pindo es utilizado por la mayoría de las mujeres para protegerse del sol, mientras los hombres usan el sombrero aguadeño, tanto mujeres como hombres usan botas, el típico vestuario que los acompaña a diario en “el campo”, como le dice Rafael.
Allí se ven parejas de edad cultivando papa y ordeñando vacas. Su vida es esa, caminar un sin fin de días entre montañas verdes airosas de olor a pino y sol radiante entre piel mestiza, la tranquilidad reina y el aire puro se siente por los poros.
Durante el día los campesinos están fuera de casa, la prioridad es la tierra, el ganado y el alimento. Cada familia es independiente y cada miembro realiza una tarea, llevar las vacas a Zurquirá, recoger papa, huevos y frutas, pero siempre están devuelta en casa antes de las 6, cuando el sol cae y en el cielo se pinta el color azul rey.
Para Rafael, volver a Cómbita es recordar su juventud en el pueblo que lo vio crecer y sufrir. Nació el 10 de septiembre de 1946, estudió hasta tercero de primaria y empezó a trabajar desde los 11 años en el Barne, levantando la primera piedra de la cárcel de máxima seguridad de Cómbita.
Desde los 6 años aprendió a cocinar papa y habas, les cocinaba a sus hermanos Jaime, Herlinda, Héctor, Graciela y Edilma, cuando su madre, Sara Piratova, se tenía que ir a trabajar. No conoció a su papá, los abandonó, y su padrastro, Patricio Pineda, “lo latigaba”, dice con algo de tirria. Vivió en lo alto de una colina en una pequeña casa de cuatro paredes, a tres horas de camino de su primer trabajo.
—Escasamente ganaba un peso con cincuenta centavos— dice Rafael.
El sueldo le alcanzaba para una panela de 3 centavos, pan de 1 centavo, y si ahorraba, se podía comprar un par de tenis de 4 pesos, o unas cuantas cervezas.
En el pueblo es muy usual encontrar tiendas en las casas, siendo la cerveza el principal producto, por lo menos una vez al día los campesinos la consumen acompañada de la papa sabanera y la carne de res.
Precisamente cuando iba a comprar cerveza en una tienda, Rafael conoció al amor de su vida, Transito Fúquene, quien ayudaba en la tienda familiar. Su amada vivía con sus ocho hermanos en una casa humilde de dos cuartos, una para los hombres, que dormían en una cama, y otra para las mujeres.
Se enamoraron y a los 20 años se casaron a escondidas en la única iglesia de allí, la Inmaculada Concepción de Cómbita.
Cuando llegué a la tercera casa en el campo, ya alejada del pueblo, me encontré con María Rebeca Dottor Piratova, prima de Rafael Piratova. Saludó, entró a la casa, la seguí y ofreció un tinto de panela con queso campesino; ese día Rebeca, estaba con un saco lila y un sombrero a rayas, típico en las mujeres del pueblo, y pese a tener 73 años, es una mujer conservada, pues mantiene una vida activa, realiza el mismo trabajo que hacía desde que era joven.
—La vida acá es regular, porque el tiempo es el que a veces es bueno y a veces es malo para la cosecha— afirma con melancolía.
Rebeca ordeña las vacas en la mañana y en la tarde les da agua y las asegura. Recuerda cuando el Nevado del Ruiz explotó y todos sus animales amanecieron llenos de ceniza y no tenían qué comer, “daba miedo”, afirma Rebeca, y es que su vida es y serán todos los elementos naturales que reúne Cómbita.
Cinco casas hacia abajo se encuentra el hogar en donde Marcos Santamaría pasó su infancia. Vivió rodeado de animales, jugaba con lombrices, renacuajos y sus carros eran cajas de bocadillo con latas de sardinas que él mismo armaba. Su única responsabilidad en la vida era el estudio y cuidar a sus conejos, tenía varios amigos y todos los que estudiaban en el pueblo lo hacían en la misma escuela, y en el mismo colegio.
Su casa, separada por kilómetro y medio de las demás, quedaba a 20 minutos del pueblo, Marcos dejó el estudio a mitad de camino, “gané unos pesos y me gustó más la plata que el estudio”, afirma. A los 14 años llegó a Bogotá a buscar mejor vida porque dice que no hay oportunidades de trabajo para la juventud.
—Boyacense que se respete es trabajador y echado para adelante— afirma con vehemencia.
***
En Cómbita, caminar por el pasto y escuchar el crujido de las hojas y las piedras en la suela de los zapatos son la canción del pueblo. Es la tierra de la mazamorra y el mute, de la gallina y la vaca, del frío seco y el calor abrazador, de la ruana y el sombrero, pero sobre todo está llena de gente de sangre generosa; en el día puedes desayunar, almorzar y comer tres veces, te vas con una botella de leche, queso campesino, ciruelas y huevos, de allí sales con las manos llenas y el corazón tranquilo.
Rafael y Tránsito salieron del campo para salir adelante, pero quieren volver a la tierra que aman. Rebeca ha vivido toda la vida en Cómbita y piensa seguir allí con la esperanza de un mejor vivir. Marcos vive ahora en la ciudad de Bogotá pero recuerda al pueblo como si fuera ayer. La historia de cuatro campesinos que coinciden en que Cómbita es una tierra de luchadores.
Fuentes
Entrevistados
Rafael Piratova campesino
Marcos Santamaría campesino
Rebeca Dottor campesina
Tránsito Fúquene campesina
Web
Información historia tomado de
http://www.eltiempo.com/archivo/documento/MAM-374074
https://www.elespectador.com/noticias/nacional/combita-pueblo-de-nairo-se-convierte-atraccion-turistic-articulo-611429
—La vida acá es regular, porque el tiempo es el que a veces es bueno y a veces es malo para la cosecha— afirma con melancolía.
Rebeca ordeña las vacas en la mañana y en la tarde les da agua y las asegura. Recuerda cuando el Nevado del Ruiz explotó y todos sus animales amanecieron llenos de ceniza y no tenían qué comer, “daba miedo”, afirma Rebeca, y es que su vida es y serán todos los elementos naturales que reúne Cómbita.
Cinco casas hacia abajo se encuentra el hogar en donde Marcos Santamaría pasó su infancia. Vivió rodeado de animales, jugaba con lombrices, renacuajos y sus carros eran cajas de bocadillo con latas de sardinas que él mismo armaba. Su única responsabilidad en la vida era el estudio y cuidar a sus conejos, tenía varios amigos y todos los que estudiaban en el pueblo lo hacían en la misma escuela, y en el mismo colegio.
Su casa, separada por kilómetro y medio de las demás, quedaba a 20 minutos del pueblo, Marcos dejó el estudio a mitad de camino, “gané unos pesos y me gustó más la plata que el estudio”, afirma. A los 14 años llegó a Bogotá a buscar mejor vida porque dice que no hay oportunidades de trabajo para la juventud.
—Boyacense que se respete es trabajador y echado para adelante— afirma con vehemencia.
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En Cómbita, caminar por el pasto y escuchar el crujido de las hojas y las piedras en la suela de los zapatos son la canción del pueblo. Es la tierra de la mazamorra y el mute, de la gallina y la vaca, del frío seco y el calor abrazador, de la ruana y el sombrero, pero sobre todo está llena de gente de sangre generosa; en el día puedes desayunar, almorzar y comer tres veces, te vas con una botella de leche, queso campesino, ciruelas y huevos, de allí sales con las manos llenas y el corazón tranquilo.
Rafael y Tránsito salieron del campo para salir adelante, pero quieren volver a la tierra que aman. Rebeca ha vivido toda la vida en Cómbita y piensa seguir allí con la esperanza de un mejor vivir. Marcos vive ahora en la ciudad de Bogotá pero recuerda al pueblo como si fuera ayer. La historia de cuatro campesinos que coinciden en que Cómbita es una tierra de luchadores.
Fuentes
Entrevistados
Rafael Piratova campesino
Marcos Santamaría campesino
Rebeca Dottor campesina
Tránsito Fúquene campesina
Web
Información historia tomado de
http://www.eltiempo.com/archivo/documento/MAM-374074
https://www.elespectador.com/noticias/nacional/combita-pueblo-de-nairo-se-convierte-atraccion-turistic-articulo-611429