El ángel que partió
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Por: Camila García Hernández
A mis 12 años recibí una noticia que me marcó la vida por completo. Todo inició en el 2007, cuando mi mamá presentaba distintos dolores en sus huesos, en especial en la espalda. Con el paso del tiempo estos se volvían cada vez más fuertes. Llegó a visitar distintos doctores en compañía de mi papá, Alberto García, hasta que finalmente descubrieron que tenía Mieloma múltiple, que significa cáncer en la médula ósea. A raíz de ello tuvo que recibir varias sesiones de quimioterapias y radioterapias, ya que sufrió de una fractura de cadera.
A raíz de esta situación me vi obligada a vivir en la casa de una tía, Raquel Hernández, quien generosamente se ofreció a velar por mí mientras nos enfrentábamos a esta situación, puesto a que mi mamá debió pasar varios meses en el hospital en compañía de mi papá.
Solo podía verme con mis papás los fines de semana, ya que tenía que ir al colegio y esperaba ansiosamente para poder verlos, pero lastimosamente en diferentes ocasiones era complicado poder subir a la habitación, pues en la Clínica Jorge Piñeros Corpas, que fue donde le hicieron el tratamiento, tenían una política la cual consistía en prohibir el ingreso a menores, pues decían: “En los pasillos del hospital circulaban distintos virus y es muy sencillo que a los niños se les peguen”. Por esto nos vimos obligados a sacar un permiso especial.
Recuerdo que las primeras quimioterapias de mi mamá eran bastante dolorosas, sufría de náuseas, vomitaba y estaba bastante débil, al pasar el tiempo se le fue cayendo el cabello hasta que quedó totalmente calva, lo cual fue algo difícil para ella, pues le gustaba tener el cabello largo.
Al pasar un año de radio y quimioterapias, para ser más exactos, faltando algunos días para la semana santa del 2008, mi mamá empezó a mostrar molestias en el estómago, debido a eso le hicieron una endoscopia en la cual encontraron una masa maligna, inmediatamente tuvieron que hacerle una intervención quirúrgica para extirpar el tumor que tenía.
Lastimosamente la masa que encontraron era bastante grande y ya era imposible quitarla en su totalidad, fue allí donde le dijeron mi papá que mi mamá no tenía muchos días de vida, él dice que ese momento “fue muy duro para mí, pues Ruth era mi esposa, la mujer que tanto amé y siempre creí que con la ayuda de Dios ella iba a salir sana de toda su enfermedad y, como si fuera poco, no sabía si decírselo a ella y, en especial, a mi hija que era tan pequeña para recibir una noticia así”.
Solo recuerdo que en un par de llamadas telefónicas empezó a hacer un poco de énfasis en lo grave que ella estaba, mis tías trataban de llevarme las veces que más se pudiera al hospital a ver a mi mamá.
Aún recuerdo la noche del 17 de marzo de 2008, la última vez que conversé por teléfono con mi mamá, ella repetía que me quería y que debía visitarla lo más pronto posible, lo cierto es que como siempre, cada mañana al despertar, como de costumbre llamé a mis papás, pero lastimosamente esa vez únicamente hablé con mi papá, pues el dolor de estómago que tenía mi mamá era tan intenso que debieron aplicarle morfina para que su dolor disminuyera un poco.
Mi papá solo me dijo que fuera lo más pronto a la clínica, allí llegué con toda mi familia y fue en ese momento, con un cigarrillo en la mano, que mi papá me dijo: “muñeca debemos subir a ver a tu mami que desde ahora nos va a cuidar desde el cielo”. La verdad recuerdo esas palabras y aún no puedo contener las lágrimas, pues es obvio que jamás estaremos preparados para una noticia así, pero fue entonces cuando subí y vi a mi mamá, estaba bastante mal y algo perdida por la morfina que le habían puesto, solo recuerdo que sostuve fuerte su mano, mi papá y el resto de mi familia me acompañaban. Al pasar un par de horas sentí como de un momento a otro dejó de sostenerme la mano y murió, y creo que desde ese entonces el 18 de marzo marcó mi vida por completo, pues desde ese entonces no hay un solo día en el que no recuerde a mi mamá.
Al pasar los años mi papá me empezó a contar con más detalles sobre la enfermedad que ella vivió, y es que mi mamá llegó a recibir alrededor de 25 quimios. Y aunque a esta edad ya sé lo difícil que es sobrellevar la enfermedad del cáncer, lo que más llegué a admirar de mi madre fue que jamás llegó a quejarse por lo que le estaba pasando, por el contrario, siempre se mostró muy fuerte. Nunca perdió la fe, aunque pasó por tantos momentos difíciles mantuvo una actitud bastante positiva que es una de las enseñanzas más grandes que tengo de ella.
De mi papá solo puedo decir que es de las personas más fuertes del mundo y que toda esta situación que marcó mi vida, hizo que me uniera más a él y lo admiré cada día por velar por mí, su apoyo incondicional y la forma en que recuerda con tanto amor a mi mamá, como yo lo hago. Aunque con mucha tristeza solemos hablar en bastantes oportunidades de ella, nos prometemos ser tan fuertes como mi mamá lo llegó a ser, saliendo adelante en compañía del otro.
Jamás se está preparado para perder a alguien, por eso creo que es importante entregar lo mejor de nosotros a las personas que queremos y valoramos, hay que disfrutar la vida al máximo y debemos aprender de cada adversidad que nos pone la vida, pues absolutamente todo lo que vivimos nos deja una enseñanza, pero, sobre todo, nunca debemos perder la fe, que es una de las grandes enseñanzas que me dejó mi mamá.