El río, al igual que las personas, muere
Por: Daniela Gómez Pulido
Creería que la mayoría de los colombianos no conocen de las hidroeléctricas, o por lo menos yo no lo hacía, el día 26 de abril asistí a la FILBO (Feria del Libro), en Bogotá, Colombia, exactamente en Corferias, donde se realiza anualmente. Revisando el cronograma me llamó la atención un pabellón en especial, ya tenía en mente el lugar al cual iría sin excepción y sería el pabellón número 20, este, a diferencia de los demás, que abordaban temas sobre autores de muchos países, conferencias o ventas de libros, tenía algo muy peculiar, era acerca del Centro de Memoria Histórica, donde su principal objetivo era contar desde 3 ambientes distintos (agua, tierra y cuerpo) las historias de miles de colombianos que fueron y son víctimas del desplazamiento por culpa de la guerra, sin dejar pasar esta gran problemática que está aquejando a toda la sociedad.
Al llegar al pabellón pude notar de inmediato la estructura llamativa de madera color café claro, al entrar parecía un laberinto, en cada pared habían imágenes, estadísticas y frases como: guerra, hogar, volver, memorias, entre otras, dejando a la vista de los espectadores la lucha que viven día a día algunos colombianos, debemos caer en cuenta que no solamente la violencia y el dolor se vive en el campo, también en la ciudad; todo tipo de personas estaban agrupadas allí, para leer, observar y escuchar esta gran problemática y lucha que nos presentan los mediadores del lugar , y es así como personas que antes eran desconocidas ahora tratan un tema en común, donde se inspiran, conmueven y logran trasladar su mente al lugar de los hechos.
Aunque Colombia ha cambiado en muchos aspectos, la violencia siempre está latente, y es ahí donde me hago más preguntas que respuestas, donde me cuestiono a mí misma y pienso que esta guerra ha dejado una huella imborrable en la mente de los damnificados, en primer grado, y en la historia de cada colombiano, y aunque sea difícil admitirlo, la guerra ya quedó inscrita en el cuerpo.
María Niño trabajó para este pabellón, es una joven con una gran sonrisa y unos lentes que ocultan sus prominentes ojos, sin temor alguno me acerco a ella para que me hable un poco más de este stand, - a este lugar han venido personas de diversos sectores que han logrando romper los estereotipos de esto, no tiene nada que ver conmigo, y lo que lleva en exposición ha generado un bonita experiencia, una transformación, me siento afortunada de ser parte del proyecto porque le soy útil al país haciendo visibilizar las voces que no se han dado cabida en la sociedad-, le agradezco por su intervención y sigo con mi recorrido; hay muchos estudiantes, unos de colegios, otros, a mi parecer, son universitarios, y el resto, gente del común que quiere ir a conocer un poco de Colombia, así que no veo ningún problema para acercarme a ellos y preguntarles temas con relación a la temática.
María Niño trabajó para este pabellón, es una joven con una gran sonrisa y unos lentes que ocultan sus prominentes ojos, sin temor alguno me acerco a ella para que me hable un poco más de este stand, - a este lugar han venido personas de diversos sectores que han logrando romper los estereotipos de esto, no tiene nada que ver conmigo, y lo que lleva en exposición ha generado un bonita experiencia, una transformación, me siento afortunada de ser parte del proyecto porque le soy útil al país haciendo visibilizar las voces que no se han dado cabida en la sociedad-, le agradezco por su intervención y sigo con mi recorrido; hay muchos estudiantes, unos de colegios, otros, a mi parecer, son universitarios, y el resto, gente del común que quiere ir a conocer un poco de Colombia, así que no veo ningún problema para acercarme a ellos y preguntarles temas con relación a la temática.
Laura Vera es una mujer a simple vista relajada y culta, al momento de entablar una conversación se vuelve un poco tímida, después de hacerle unas preguntas se toma unos segundos y sin ningún problema accede a contestar, “considero que estos espacios son fundamentales para construirnos como un país democrático, donde a cada voz se le da su lugar, es necesario visibilizar estas anécdotas con el fin de construir, no es una cuestión de ayudar en términos de caridad sino desde nuestra propia realidad”.
En el ambiente de agua me encuentro con un joven que se veía interesado, él llevaba un cuaderno y lápiz en sus manos y cada dato que daban en las pantallas no escatimaba en escribirlo, sería el indicado para seguir con mis preguntas, pues se veía sumergido en el tema, su nombre era Leonardo Rodríguez, no fue fácil acercarme a él, su actitud era un poco tosca y con afán me contesta que era vital recuperar el conocimiento para saber mejor todos los aspectos que han ocurrido en años, y en especial que no se sentía comprometido con ayudar, pues solamente quería informarse sobre los sucesos; para finalizar me acerqué a una pareja, juntos leían pero decidí preguntarle al joven, su nombre era Emmanuel Martínez.
Minutos de educación y cuando me di cuenta ya me había distraído de mi propósito principal, ir al performance “Obra Atarraya” que se realizaría a las 2:00 de la tarde en un lugar de Corferias que para mí era ajeno, el tiempo se pasa volando y cuando llegué ya había comenzado el show, las personas, así como llegaban, también se iban, hasta que las voces de las diversas anécdotas que siempre comenzaban con “Yo soy..” y consecutivamente seguía la historia de cada víctima del conflicto tomaron fuerza; mientras la obra se va desarrollando me acerco a dos mujeres que están allí, la primera es Andrea Noral, me entero que ella ya conocía de este trabajo y resalta que “las personas están preparadas pero no quieren oír este tipo de mensajes por la profundidad del problema, pero sin embargo recalca que ella sí se sintió tocada y debe tomar acción de alguna manera”; la segunda es Pamela Sánchez, ella considera que “fue un proyecto muy simbólico y bonito, al oír las voces de los damnificados se logra difundir el mensaje y este es el objetivo principal, y aunque creo que la sociedad no los tomará en cuenta, es un pequeño paso”.
En el ambiente de agua me encuentro con un joven que se veía interesado, él llevaba un cuaderno y lápiz en sus manos y cada dato que daban en las pantallas no escatimaba en escribirlo, sería el indicado para seguir con mis preguntas, pues se veía sumergido en el tema, su nombre era Leonardo Rodríguez, no fue fácil acercarme a él, su actitud era un poco tosca y con afán me contesta que era vital recuperar el conocimiento para saber mejor todos los aspectos que han ocurrido en años, y en especial que no se sentía comprometido con ayudar, pues solamente quería informarse sobre los sucesos; para finalizar me acerqué a una pareja, juntos leían pero decidí preguntarle al joven, su nombre era Emmanuel Martínez.
- ¿Cómo ve la importancia del proyecto que se está llevando a cabo? ¿Después de ver la exposición, se siente comprometido para ayudar a las personas afectadas a causa del conflicto armado? — pregunté.
- Definitivamente al entrar al centro de memoria, uno se pone un poquito más en el papel de las personas, entiende su sufrimiento y por qué la gente quería el Sí en el proceso de paz, claramente se siente la necesidad de hacer algo, dan esas ganas de poder dar algo más por todo el sacrificio que ellos han tenido que pasar, no sé de qué manera pero si hay que ayudar— repondió.
Minutos de educación y cuando me di cuenta ya me había distraído de mi propósito principal, ir al performance “Obra Atarraya” que se realizaría a las 2:00 de la tarde en un lugar de Corferias que para mí era ajeno, el tiempo se pasa volando y cuando llegué ya había comenzado el show, las personas, así como llegaban, también se iban, hasta que las voces de las diversas anécdotas que siempre comenzaban con “Yo soy..” y consecutivamente seguía la historia de cada víctima del conflicto tomaron fuerza; mientras la obra se va desarrollando me acerco a dos mujeres que están allí, la primera es Andrea Noral, me entero que ella ya conocía de este trabajo y resalta que “las personas están preparadas pero no quieren oír este tipo de mensajes por la profundidad del problema, pero sin embargo recalca que ella sí se sintió tocada y debe tomar acción de alguna manera”; la segunda es Pamela Sánchez, ella considera que “fue un proyecto muy simbólico y bonito, al oír las voces de los damnificados se logra difundir el mensaje y este es el objetivo principal, y aunque creo que la sociedad no los tomará en cuenta, es un pequeño paso”.
Me encontraba sentada en el piso viendo el performance, un círculo con líneas de color amarillo, azul y rojo pero con los colores trocados de la bandera (quizá por el afán) me separaban de las dos representantes de este, sus nombres eran Zoila María Ninco y Cecilia Muriel, estas mujeres tenían pintada la cara con jeroglíficos, mientras daban vueltas dentro del círculo, representaban su comunidad haciendo movimientos corporales, una con la batea y la otra con la atarraya (red de pesca); una de ellas paró y se tomó la palabra, se presentó ante los espectadores. “Mi nombre es Cecilia Muriel, soy minera y pesquera artesanal, hago parte de dos asociaciones, una Amaru y otra AMPA (Asociación de mineros y pesqueros artesanales) y pertenezco al movimiento de “Ríos Vivos”, soy una víctima del conflicto armado y revictimizada por parte de Hidroituango”, su voz se quiebra en llanto y es ahí cuando Carolina Caicedo interfiere, brindándole una botella de agua y tocando su espalda de una manera afectiva, ahí me doy cuenta que es la indicada para mis siguientes preguntas.
Carolina, es una mujer de baja estatura, tez blanca y cabello color castaño oscuro, tiene pintada la cara con líneas azules, a mi parecer simbolizan los ríos por los cuales están realizando resistencia, es integrante y la mediadora principal del movimiento “Ríos Vivos”, cuando sale del círculo que me separa de ellas, me acerco y pregunto sobre los testimonios nombrados anteriormente y la finalidad del performance, a lo que ella me contesta “los testimonios son de diferentes reuniones, algunas en Antioquia y otras en el Huila, son historias verdaderas y nombres verdaderos, este performance tiene como objetivo tratar de conseguir más solidaridad con el movimiento y también educar a un público más general sobre la situación de los ríos en Colombia”, y resalta con indignación, “hay desplazamiento por desarrollo”, y aunque este movimiento sea pacífico, lastimosamente los medios masivos los toman como guerrilleros.
Seguido de Carolina, me acerco a un hombre que está tomando fotos de la obra, es alto, su voz es gruesa, tiene cabellera negra recogida en una moña y una sonrisa que resalta, se identifica con el nombre de Edwin Cubillos, Coordinador de Programación del Centro de Memoria Histórica de Colombia, me cuenta que decidieron invitar al movimiento pues va muy de la mano con la temática del pabellón 20, hacen una reflexión fundamental sobre el papel de la vida, donde el agua ha corrido con el riesgo de los megaproyectos, “tienen una centralidad en el agua y en la resistencia”.
Para ponerlos en contexto, la problemática principal por la que están pasando estas personas de Huila, Briceño, Ituango y Toledo es a causa de las mega estructuras como lo son: la represa de Betania, del Quimbo y la hidroeléctrica de Hidroituango, que buscan por medio del agua generar energía; las personas involucradas a favor del proyecto, además de engañar, incentivar a la prostitución, consumo de drogas, huerto, asesinar y utilizar a los campesinos de la zona, están generando graves daños ambientales como, la tala de árboles, contaminación a los ríos por medio de los químicos que son aplicados a los muros y por último, pero sin menos importancia,, la intoxicación a los peces y de paso a las personas que dependen de este animal para comer y sobrevivir, pues anteriormente eran vendidos a las grandes ciudades.
Cecilia continúa con su testimonio de vida y termina contándonos el engaño en su municipio de Puerto Valdivia, allí realizaron un censo, supuestamente para brindarles una ayuda material, pero lo que en realidad sucedió fueron muertes y desapariciones sin explicación alguna, como es el caso de Luis Alberto Torres Montoya; Cecilia termina y le da paso a su compañera Zoila, quien ha pasado por el mismo sufrimiento “nosotros no éramos los dueños de las fincas, pero éramos los trabajadores de los grandes terratenientes y a ellos no les importó decirnos no hay más trabajo, nos darían terrenos para que los fuéramos pagando y llegó la multinacional ofreciéndoles dinero y simplemente la vendieron, empezamos a caer en una vida negra, pues acabaron con nuestros sueños y aunque sea muy duro no es imposible, debemos seguir haciendo resistencia o serian 7 represas más que nos meterían por el río Magdalena”, al finalizar la obra con sus testimonios, algunas personas lloran y otras aplauden.
Carolina, es una mujer de baja estatura, tez blanca y cabello color castaño oscuro, tiene pintada la cara con líneas azules, a mi parecer simbolizan los ríos por los cuales están realizando resistencia, es integrante y la mediadora principal del movimiento “Ríos Vivos”, cuando sale del círculo que me separa de ellas, me acerco y pregunto sobre los testimonios nombrados anteriormente y la finalidad del performance, a lo que ella me contesta “los testimonios son de diferentes reuniones, algunas en Antioquia y otras en el Huila, son historias verdaderas y nombres verdaderos, este performance tiene como objetivo tratar de conseguir más solidaridad con el movimiento y también educar a un público más general sobre la situación de los ríos en Colombia”, y resalta con indignación, “hay desplazamiento por desarrollo”, y aunque este movimiento sea pacífico, lastimosamente los medios masivos los toman como guerrilleros.
Seguido de Carolina, me acerco a un hombre que está tomando fotos de la obra, es alto, su voz es gruesa, tiene cabellera negra recogida en una moña y una sonrisa que resalta, se identifica con el nombre de Edwin Cubillos, Coordinador de Programación del Centro de Memoria Histórica de Colombia, me cuenta que decidieron invitar al movimiento pues va muy de la mano con la temática del pabellón 20, hacen una reflexión fundamental sobre el papel de la vida, donde el agua ha corrido con el riesgo de los megaproyectos, “tienen una centralidad en el agua y en la resistencia”.
Para ponerlos en contexto, la problemática principal por la que están pasando estas personas de Huila, Briceño, Ituango y Toledo es a causa de las mega estructuras como lo son: la represa de Betania, del Quimbo y la hidroeléctrica de Hidroituango, que buscan por medio del agua generar energía; las personas involucradas a favor del proyecto, además de engañar, incentivar a la prostitución, consumo de drogas, huerto, asesinar y utilizar a los campesinos de la zona, están generando graves daños ambientales como, la tala de árboles, contaminación a los ríos por medio de los químicos que son aplicados a los muros y por último, pero sin menos importancia,, la intoxicación a los peces y de paso a las personas que dependen de este animal para comer y sobrevivir, pues anteriormente eran vendidos a las grandes ciudades.
Cecilia continúa con su testimonio de vida y termina contándonos el engaño en su municipio de Puerto Valdivia, allí realizaron un censo, supuestamente para brindarles una ayuda material, pero lo que en realidad sucedió fueron muertes y desapariciones sin explicación alguna, como es el caso de Luis Alberto Torres Montoya; Cecilia termina y le da paso a su compañera Zoila, quien ha pasado por el mismo sufrimiento “nosotros no éramos los dueños de las fincas, pero éramos los trabajadores de los grandes terratenientes y a ellos no les importó decirnos no hay más trabajo, nos darían terrenos para que los fuéramos pagando y llegó la multinacional ofreciéndoles dinero y simplemente la vendieron, empezamos a caer en una vida negra, pues acabaron con nuestros sueños y aunque sea muy duro no es imposible, debemos seguir haciendo resistencia o serian 7 represas más que nos meterían por el río Magdalena”, al finalizar la obra con sus testimonios, algunas personas lloran y otras aplauden.
Carolina le pide a los espectadores levantarse y junto a Zoila y Cecilia, tomen la atarraya para simbólicamente tejerla, inmediatamente yo me paro y soy parte de la actividad; me llevo un alivio y una gran experiencia, no solo por conocer de los abusos cometidos, también porque ahora quiero denunciar y contar a la sociedad que es ajena de este problema; este escrito más que un trabajo es una invitación para que cada colombiano se ponga a pensar el lugar que ocupamos en este país.