Por: Ana María Camargo
Basta con recorrer las calles del centro de Bogotá para reconocer el país que fuimos, el que aún somos y el que seremos. Cientos de edificaciones, parques, calles y lugares llenos de historia permanecen aún en las entrañas de lo más rico que tiene la capital de Colombia y retratan, paso a paso, las huellas de un lugar indescriptible.
Si hay un espacio en el centro de la capital que representa todos los valores de la Bogotá andina que fundó Jiménez de Quesada, es la Escuela de Artes y Oficios Santo Domingo. Firmando el acta de constitución en Cartagena, el 28 de diciembre de 1994, don Julio Mario Santo Domingo se pone como misión recuperar la tradición de los oficios, que por efectos naturales de la modernización y globalización, se había ido perdiendo. Con el firme propósito de preservar el patrimonio cultural del país y especializar el trabajo manual de los artesanos como una manera de vida, en menos de una década, esta escuela logró incluir dentro de su programa cuatro de sus cinco oficios: el cuero y la madera en 1996 y la platería y el bordado en 1999.
Por su arquitectura y ubicación, los recintos donde se imparten las clases son increíblemente fascinantes. Al entrar a la escuela me encuentro con tres casas de estilo republicano y colonial, entrelazadas por jardines internos, estas constituyen la sede de este plantel educativo. Las casas están en una de las ocho manzanas que rodean la plaza de Bolívar, por lo que quizá son las construcciones más viejas e importantes arquitectónica e históricamente de la ciudad.
Con el pasar de los años fueron remodelando las casas poco a poco, pero dejando intactos los legados coloniales. La primera, un predio de estilo republicano que bordea la carrera octava, ostenta imponentes trabajos en madera grabada y yeso, mientras que la segunda preserva su estilo colonial con muros de bahareque. La tercera, la más grande y antigua de todas, guarda entre sus solares un tesoro arquitectónico, una piscina en piedra precedida por un portón restaurado en ladrillo que, a mi parecer, es lo más bonito que vi en el interior de la escuela, ésta motivó la compra de aquel lote.
Hasta el momento, en esas construcciones que alguna vez fueron inquilinatos, restaurantes, colegios, cafetines y casas de familia, se han formado más de 20.000 artesanos. Hombres y mujeres que nunca terminaron el bachillerato, jóvenes recién salidos del colegio, señores mayores y pensionados ansiosos de explotar un talento que siempre había sido subestimado, se forman en cuatro disciplinas: cuero, madera, platería y bordado. Pagan solo el 20 por ciento del valor de la matrícula, aproximadamente 2 millones y medio de pesos, y además reciben clases de gestión administrativa para sacar adelante sus proyectos de emprendimiento, un beneficio que los egresados ven como uno de los principales valores agregados de la escuela.
Es tanta la belleza y perfección en cada una de sus terminados que las piezas fabricadas en la escuela han llegado a manos de personalidades de talla mundial. En su visita a Colombia en 2006, el Dalái lama se llevó un rosario de cuentas de filigrana y la reina Letizia conserva, en el Palacio Real de Madrid, una pieza de plata.
Para Antonio Guerrero, profesor de la escuela en el oficio de madera, el legado que le deja esta escuela es el “rescatar los oficios tradicionales, pero tiene, digamos, que un plus que es hacerle viable a la gente el poder vivir de estos oficios sin perder el sentido de la tradición y rescatar ese ser autóctono”. Cada uno de los que está allí está aprendiendo para su sustento de vida diario o incluso con fines personales, pues mientras estaba haciéndole la entrevista a Guerrero, se acerca un señor y le pregunta las medidas exactas para un arco, el profesor me mira y me dice “este sujeto está ansioso porque quiere hacer su propia casa en madera, por eso se metió de lleno a estudiar carpintería”.
Lo que motivó a este docente a estudiar madera fue su padre, dado que era muy inquieto y siempre terminaba haciendo todas las cosas manuales de la casa, en su juventud se apasiono por las cosas artísticas y en una exposición de pintura conoció a unas niñas que se habían graduado de la escuela y ahí comenzó todo, fue tal la pasión que le cogió a su oficio que tiempo después pasaría de estudiante a profesor.
Quise entrar de lleno en este lugar, así que decidí ingresar a una clase con la profesora de historia Jimena Ramírez para conocer un poco más de los oficios, en este caso saber un poco más del cuero, la clase se llamaba Historia de la marroquinería ll, y en ella básicamente se plasmaban por medio de imágenes y de manera didáctica la historia desde la Revolución Francesa del cuero, el poder curtirlo y procesar de manera industrializada y el impacto que trae esto al medio ambiente dado que muchas fábricas producían oleadas y oleadas de dióxido de carbono, metano y óxido nitroso y la importancia que este tuvo con pasar de los años. Al terminar quedé sorprendida pues no es solo hacer bolsos en cuero, coser, y desbastar, es también saber su historia a lo largo del tiempo, conocer sus ventajas y desventajas, el proceso y duración del curtido.
Siguiendo con mi recorrido y con el oficio del cuero, el profesor José Chacón quiso mostrarme su técnica de preforma en cuero que básicamente consiste en construir piezas partiendo de una matriz hasta hacer unos elementos decorativos. “Esto se le va metiendo a uno en la sangre y lo hace a uno cada día pensar y recapacitar que se perdió el tiempo anterior que uno debió haber utilizado acá”.
Mientras pasaban las horas, más me encantaba este lugar, no solo por su historia, por su arquitectura, su gente, también por lo que había detrás de cada docente que enseña un oficio diferente, su técnica, su manera de hablar de su oficio, la pasión con la que día a día enseña y lo bien que se sienten transmitiendo ese conocimiento a sus estudiantes.
El legado que deja la escuela Julio Mario Santo Domingo a sus estudiantes es una herramienta que les posibilita incursionar en el mercado a través del trabajo hecho a mano con el respeto a las técnicas y a las tradiciones que se han dejado perder con el pasar del tiempo. Para Jerson López el respeto a las técnicas es primordial al momento de hacer el objeto con el material que sea, Jerson es profesor de orfebrería y enseña las técnicas de burilado, que es grabado en metal; calado, que es generar figuras por medio de cortes; soldadura básica, armado y soldadura y acabados.
“Me enamoré de este oficio cuando conocí la técnica del burilado y la transformación del metal, las posibilidades de las técnicas y lo que es capaz de hacer uno con sus manos, el metal es muy mágico a pesar de que todos lo vemos como un material muy frío, es un material muy cálido, capaz de percibir y digamos transmitir la persona que lo está trabajando si está contento, aburrido, de mal genio, todo lo transmite el metal”, cuenta Jerson con una inmensa sonrisa y con los ojos alegres.
El artesano que se forma en esta escuela, sin lugar a duda, es integral al momento de hacer su arte, dado que la misma se encarga de preparar 100% a sus estudiantes con bases sólidas como por ejemplo saber posicionar una marca, introducción al diseño, conocer ciertas teorías de marketing y transmitirlas de una manera diferente. Para Gustavo Oliveros “cada artesano tiene una herencia cultural propia, y hay que tener diseños propios, propios de la sociedad del país porque así tenemos unos objetos híbridos entre lo contemporáneo y lo ancestral, además son únicos”. En una sociedad post globalización todos nos podemos comprar las mismas camisetas, los mismos pantalones en cualquier parte del mundo, todo es lo mismo. Pero hoy en día los artesanos tienen esa dignidad del producto propio, el producto auténtico, el que no engaña, el que es ecológico, el producto que es de país nacional, el que es arte sano hecho con las manos. No cabe lugar a duda que los objetos artesanos triunfarán en la sociedad del siglo XXl.
En una Bogotá que no se detiene, que respira moda, que destaca por su buena gastronomía, se retoma la esencia y resalta uno de los placeres más valerosos y distintivos de nuestras raíces; el trabajo manual, la mano de obra, el talento humano. 2000 metros cuadrados, que siguen contando historias pero, ahora, desde la voz y la vocación de 1000 estudiantes de la Escuela de Artes y Oficios Santo Domingo.