Golpe inesperado
Por: Alejandra Espinosa
Como la vida de muchos adolescentes, a mis 14 años me encontraba en una caja de cristal, no tenía más responsabilidad sino la de asistir al colegio, pocas cosas me afectaban, no me preocupaba nada, estaba completamente en mi zona de confort, en una rutina anhelada que jamás pensé que se fuera a alterar. Tal vez por la comodidad en la que me encontraba, no reconocía el valor del tiempo y de las personas que me rodeaban.
Mi abuelo empezó a tener problemas de salud, estuvo internado en el hospital, fue algo que me impactó, sin embargo, yo asimilé la situación como algo pasajero, pensaba que simplemente con el pasar de los días él iba a volver a recuperar su salud y regresaría a casa como si nada hubiera sucedido.
Días después fui a visitarlo, como regularmente lo hacía, cuando entré a la habitación no recibí el esperado saludo lleno de ilusión con el que siempre me recibía, tan solo estaba recostado en la camilla con los ojos cerrados. Me acerqué a despertarlo para hablar con él, abrió sus ojos lentamente, no pronunció ni una palabra. Tras miles de preguntas que él no respondía, permanecía con su mirada perdida, como si yo no estuviera allí, no puedo explicar lo que sentí en ese momento. Toda mi familia estaba confundida, pues no sabrían si existía la posibilidad de que mi abuelo pudiera recuperar la conciencia, ellos me decían que teníamos que orar por su salud.
Fue en ese momento donde todo se paralizó, mi vida dio un giro inesperado, de un momento a otro tuve que dejar de pensar que mi héroe poseía el poder de la eternidad. Mi día a día lo dedicaba solo a él, en pensar en cómo sería la vida sin mi abuelo, en las cosas que me faltó por decirle, en los momentos que dejé de vivir con él. Fueron días de angustia, llanto, desilusión, impotencia y también un llamado a la realidad.
Luego de varias semanas fui a verlo una mañana a la clínica, iba con mi tía y con el latente deseo de que nos recordara, pero con la esperanza desecha al ver que pasaba el tiempo y no se le notaba alguna evolución al estado en que había caído.
Al entrar a la habitación él ya estaba despierto, su mirada era un poco más alentadora, luego de haberlo saludado, empezó a decir sus primeras palabras después de varios días de estar sin habla, lo primero que hizo fue preguntar por el gran amor de su vida, mi abuela. En ese momento él no sabía que al frente tenía a su hija y nieta, no nos reconocía, pues recobró la memoria de años pasados donde estaba recién casado y continuaba trabajando en la empresa de la que siempre estuvo orgulloso de pertenecer.
El desespero se apoderó de mí y solamente pude responder a algunas de sus preguntas con la voz quebrada, no podía creer que después de esperar tanto tiempo no me recordara, pasé de ser la niña de sus ojos a una simple desconocida, tenía miedo de que nunca llegará a reconocerme, fue aún más decepcionante mi percepción de la vida, me sentía impotente.
Los médicos estaban desconcertados por la repentina reacción de mi abuelo, nos explicaron que el hecho de recuperar el habla y recordar algunas cosas podía ser un indicio de su mejoría, y así fue, poco a poco, con el pasar de los días, él recuperó la memoria y yo mi vida.
Son increíbles las situaciones que uno debe vivir para darle el valor que se merece a las personas que no son eternas, y al tiempo que es imposible de regresar o detener cuando la vida lo pone a uno al límite.
Esta experiencia es la más fuerte que he vivido, que no me gustaría repetir, pero hoy tengo tanto por agradecerle, fue algo parecido a un despertador que me llevó a la realidad, a dejar de pensar que siempre tendría a las personas, como si estuvieran congeladas en el tiempo. Aprendí a vivir conscientemente, a disfrutar cada instante que tengo con las personas que más amo. Agradezco infinitamente a la vida que, aunque me hizo aprender a la fuerza, me regresó a mi abuelo como una especie de una segunda oportunidad de la que ahora saco el mayor provecho.