Jericó y Villavicencio, 578 kilómetros y con él, un camino a la fe inquebrantable
Por: Daniela Gómez
El barrio El Buque en Villavicencio, Meta, está habitado por personas de estratos 4 y 5, las fachadas de las casas son muy agradables a la vista de cualquier residente o visitante; sin embargo, a mi parecer, hay una casa demasiado grande y llamativa, ¿por qué? Pues la notas a simple vista, es amarilla, de dos pisos, ventanales con solo figuras de estrellas, un gran jardín y con dos grandes palmeras para el recibimiento de sus visitantes, aquí vive una familia que pasaría desapercibida para muchos, pero al leer las experiencias que ellos tienen por contar notarán que tienen algo muy peculiar.
Debajo de la nomenclatura hay una placa que dice: Familia Espinosa Garcés. Es el medio día y al suene del timbre nos recibe en la puerta Andrea, quien es llanera y la enfermera de los patrones de la casa, nos dice:
Bienvenidas, ‘quiubo’ niñas, sigan.
Al entrar en la sala se encuentran un par de viejitos que por su acento se sabe que son paisas, son Betty y Daniel, quienes están sentados, hablando entre ellos y recordando anécdotas pasadas, me dicen que eso es lo que casi siempre hacen en su diario vivir y proceden a contarme uno de esos relatos.
La familia Espinosa Garcés es provenientes de Jericó, Antioquia, pero por cosas del destino hace 58 años se fueron a vivir a Villavicencio con sus 7 hijos, tierra que los ha acogido y han visto crecer a las siguientes generaciones. Claudia, la menor de los hermanos, tiene 55 años, es alta, morena, con rasgos muy delicados, sonrisa deslumbrante y un calor humano intachable, es la mamá de Laura María Salas Espinosa, quién tiene 21 años de edad.
Por cosas de la vida, el destino o quizás de Dios, cuando Laura era muy pequeña sus papás se separaron, quedando ella con un vago recuerdo de Leonardo, su papá, pero no por esto le hizo falta esa figura paterna en su vida, pues Claudia, su mamá, dice —un día, cuando Laurita tenía tal vez 2 meses, estaba orando junto a ella, yo lo hacía de rodillas junto a la cama y ella estaba acostada, dormida; yo escuché una voz que me decía: ¿Le enseñarías a tu hija a llamarme papá? — Yo, con lágrimas en los ojos, le respondí: sí.
Es como Claudia describe este momento y asegura haber sido la mejor experiencia de su vida, de tal manera que cuando su relación con Leonardo terminó, ella empezó a vivir la maravillosa experiencia de tener un padre para su hija, sin reprocharle nada a él, y agrega diciendo
— Entendí que lo que yo quería como padre para mi hija, ningún ser humano me lo podría dar y adicionalmente el verdadero sentido real de la paternidad.
Su rostro se iluminaba y la dicha le inflaba el pecho con orgullo, pues desde ese día hasta hoy, Dios es parte activa de su vida y ocupa un gran espacio en su mente, Él le ha dado felicidad y sentido a la vida de Claudia y el resto de los integrantes de su familia
Al ser una familia tan devota y con una fe inquebrantable, los milagros se hacen presentes, María Alejandra Guerrero, sobrina de Claudia y prima de Laura, da fe de esto, pues entre risas y con mucho amor dice — en este momento estoy presenciando un milagro, y es el de la vida, por diferentes designios he pasado por muchas cosas en mi vida que me han traído a donde estoy hoy, criando en mi barriguita a un bebé y eso para mí es un milagro—.
A la sala llega Roció Espinosa, tía de Laura, y se pone al día con la conversación que estamos llevando a cabo, ella, al igual que su hermana y su hija, hacen sentir el amor y devoción por el ser supremo afirmando — que los milagros de Dios en la vida de ella se le presentan todos los días, son su hogar, sus hijos, el aire que respira, el sol que ilumina, su familia y el nieto que viene en camino—.
Todos se ríen y asienten con la cabeza.
Claudia y Rocío hablan entre ellas y recuerdan que la práctica de la religión en su casa fue a escondidas y en silencio, pues realmente no había claridad en el tema ya que su madre, Doña Betty, era una mujer católica creyente y Daniel se definía como ateo; por esto nunca los obligaron a ir a rituales, pero poco a poco estos 7 hijos fueron de la mano de Dios encontrando actos de amor y sacrificio, siempre con la fe de que los llevarían por el buen camino.
Debido a la devoción, favor y amor que tienen en Dios, ellas creen que la sociedad las ve como personas extrañas, pero a ellas no les importa, dicen que todo lo hacen con una experiencia en Él y es lo que buscan inculcarle a cada miembro que llega y toca las puertas de este hogar.
‘Mariale’ dice — que desde que tiene uso de razón su familia siempre le ha inculcado el catolicismo, a orar y a cumplir con los deberes y mandamientos que Él tiene destinados para cada ser humano, que para ella Él es el ser supremo y al cual le entrega todo lo que pase en su vida—.
Cierra diciendo que — no cree que la casualidad sea tan perfecta como para obrar sobre todos nosotros, y que cree firmemente en Dios, y eso le enseñará a Juan Camilo—, el bebé que pronto llegará a este hogar.
Es algo extraño y poco inusual ver que hoy en día la fe siga intacta y más fuerte que nunca en los hogares.
Por eso Laura se plasmó en su piel un denario que tiene como significado siempre llevar a su papá con ella, a donde quiera que vaya, pues siempre me dice: —Me tatué un denario porque a veces somos ingratos y desagradecidos, por momentos me alejo un poco y es un recordatorio constante que él es mi padre y que jamás me abandonará—.
Le agradece a Claudia al enseñarle a decir que Dios es su papá, pues creció con el pensamiento que había alguien cuidándola desde arriba, a ella y a su mamá.
Enfatiza en que nunca le hizo falta nada ni sintió un dolor por no tener un papá de carne y hueso a su lado porque el amor de Dios la llenó y nunca la dejó sentir mal.
Siempre que se entra a esa casa se respira tranquilidad y se siente un ambiente agradable, por eso, aunque muchos se alejen de Dios y lo dejen a un lado, ellos le recuerdan a cada persona que conocen que Dios todo lo puede con amor, entrega, devoción y sacrificio, yéndose siempre por un camino de fe inquebrantable.
El barrio El Buque en Villavicencio, Meta, está habitado por personas de estratos 4 y 5, las fachadas de las casas son muy agradables a la vista de cualquier residente o visitante; sin embargo, a mi parecer, hay una casa demasiado grande y llamativa, ¿por qué? Pues la notas a simple vista, es amarilla, de dos pisos, ventanales con solo figuras de estrellas, un gran jardín y con dos grandes palmeras para el recibimiento de sus visitantes, aquí vive una familia que pasaría desapercibida para muchos, pero al leer las experiencias que ellos tienen por contar notarán que tienen algo muy peculiar.
Debajo de la nomenclatura hay una placa que dice: Familia Espinosa Garcés. Es el medio día y al suene del timbre nos recibe en la puerta Andrea, quien es llanera y la enfermera de los patrones de la casa, nos dice:
Bienvenidas, ‘quiubo’ niñas, sigan.
Al entrar en la sala se encuentran un par de viejitos que por su acento se sabe que son paisas, son Betty y Daniel, quienes están sentados, hablando entre ellos y recordando anécdotas pasadas, me dicen que eso es lo que casi siempre hacen en su diario vivir y proceden a contarme uno de esos relatos.
La familia Espinosa Garcés es provenientes de Jericó, Antioquia, pero por cosas del destino hace 58 años se fueron a vivir a Villavicencio con sus 7 hijos, tierra que los ha acogido y han visto crecer a las siguientes generaciones. Claudia, la menor de los hermanos, tiene 55 años, es alta, morena, con rasgos muy delicados, sonrisa deslumbrante y un calor humano intachable, es la mamá de Laura María Salas Espinosa, quién tiene 21 años de edad.
Por cosas de la vida, el destino o quizás de Dios, cuando Laura era muy pequeña sus papás se separaron, quedando ella con un vago recuerdo de Leonardo, su papá, pero no por esto le hizo falta esa figura paterna en su vida, pues Claudia, su mamá, dice —un día, cuando Laurita tenía tal vez 2 meses, estaba orando junto a ella, yo lo hacía de rodillas junto a la cama y ella estaba acostada, dormida; yo escuché una voz que me decía: ¿Le enseñarías a tu hija a llamarme papá? — Yo, con lágrimas en los ojos, le respondí: sí.
Es como Claudia describe este momento y asegura haber sido la mejor experiencia de su vida, de tal manera que cuando su relación con Leonardo terminó, ella empezó a vivir la maravillosa experiencia de tener un padre para su hija, sin reprocharle nada a él, y agrega diciendo
— Entendí que lo que yo quería como padre para mi hija, ningún ser humano me lo podría dar y adicionalmente el verdadero sentido real de la paternidad.
Su rostro se iluminaba y la dicha le inflaba el pecho con orgullo, pues desde ese día hasta hoy, Dios es parte activa de su vida y ocupa un gran espacio en su mente, Él le ha dado felicidad y sentido a la vida de Claudia y el resto de los integrantes de su familia
Al ser una familia tan devota y con una fe inquebrantable, los milagros se hacen presentes, María Alejandra Guerrero, sobrina de Claudia y prima de Laura, da fe de esto, pues entre risas y con mucho amor dice — en este momento estoy presenciando un milagro, y es el de la vida, por diferentes designios he pasado por muchas cosas en mi vida que me han traído a donde estoy hoy, criando en mi barriguita a un bebé y eso para mí es un milagro—.
A la sala llega Roció Espinosa, tía de Laura, y se pone al día con la conversación que estamos llevando a cabo, ella, al igual que su hermana y su hija, hacen sentir el amor y devoción por el ser supremo afirmando — que los milagros de Dios en la vida de ella se le presentan todos los días, son su hogar, sus hijos, el aire que respira, el sol que ilumina, su familia y el nieto que viene en camino—.
Todos se ríen y asienten con la cabeza.
Claudia y Rocío hablan entre ellas y recuerdan que la práctica de la religión en su casa fue a escondidas y en silencio, pues realmente no había claridad en el tema ya que su madre, Doña Betty, era una mujer católica creyente y Daniel se definía como ateo; por esto nunca los obligaron a ir a rituales, pero poco a poco estos 7 hijos fueron de la mano de Dios encontrando actos de amor y sacrificio, siempre con la fe de que los llevarían por el buen camino.
Debido a la devoción, favor y amor que tienen en Dios, ellas creen que la sociedad las ve como personas extrañas, pero a ellas no les importa, dicen que todo lo hacen con una experiencia en Él y es lo que buscan inculcarle a cada miembro que llega y toca las puertas de este hogar.
‘Mariale’ dice — que desde que tiene uso de razón su familia siempre le ha inculcado el catolicismo, a orar y a cumplir con los deberes y mandamientos que Él tiene destinados para cada ser humano, que para ella Él es el ser supremo y al cual le entrega todo lo que pase en su vida—.
Cierra diciendo que — no cree que la casualidad sea tan perfecta como para obrar sobre todos nosotros, y que cree firmemente en Dios, y eso le enseñará a Juan Camilo—, el bebé que pronto llegará a este hogar.
Es algo extraño y poco inusual ver que hoy en día la fe siga intacta y más fuerte que nunca en los hogares.
Por eso Laura se plasmó en su piel un denario que tiene como significado siempre llevar a su papá con ella, a donde quiera que vaya, pues siempre me dice: —Me tatué un denario porque a veces somos ingratos y desagradecidos, por momentos me alejo un poco y es un recordatorio constante que él es mi padre y que jamás me abandonará—.
Le agradece a Claudia al enseñarle a decir que Dios es su papá, pues creció con el pensamiento que había alguien cuidándola desde arriba, a ella y a su mamá.
Enfatiza en que nunca le hizo falta nada ni sintió un dolor por no tener un papá de carne y hueso a su lado porque el amor de Dios la llenó y nunca la dejó sentir mal.
Siempre que se entra a esa casa se respira tranquilidad y se siente un ambiente agradable, por eso, aunque muchos se alejen de Dios y lo dejen a un lado, ellos le recuerdan a cada persona que conocen que Dios todo lo puede con amor, entrega, devoción y sacrificio, yéndose siempre por un camino de fe inquebrantable.