La Catedral capitalina del balón pié
Por: Ana María Camargo
El Estadio Nemesio Camacho, más conocido como “el Campín” o “El Coloso de la 57”, es el estadio más grande de la ciudad de Bogotá, se encuentra ubicado en la localidad de Teusaquillo, centro-occidente de la capital de Colombia. El icónico estadio fue inaugurado el 10 de agosto de 1938 con una capacidad inicial de 10.000 personas, con motivo de los Juegos Bolivarianos. Su capacidad, luego de la remodelación para el Mundial Sub-20 de 2011, es de 36.343 espectadores. Actualmente en él se disputan los partidos de Millonarios e Independiente Santa Fe, quienes han ganado en 15 y 9 ocasiones respectivamente la Liga Águila. Ocasionalmente, ha sido también sede de La Equidad, tercer equipo de Bogotá, y de equipos de otras ciudades, como Atlético Nacional o América de Cali. La Copa Libertadores, obtenida por Atlético Nacional en el año de 1989; la Copa América, que ganó la Selección Colombia en el 2001; y la Copa Sudamericana, ganada por Independiente Santa Fe en el año 2015; son los tres títulos más importantes que se han levantado en el estadio El Campín.
Este escenario deportivo cuenta con 5 camerinos, de los cuales uno es para los árbitros, 2 ascensores en la tribuna occidental, 42 entradas y 48 salidas, y para casos de emergencia, hay 6 salidas a gramilla. Uno de los cambios más importantes que se le hizo a este lugar fue la instalación de cuatro torres de iluminación que permitieron el desarrollo de juegos nocturnos, siendo estrenadas el 29 de noviembre de 1967 entre el equipo bogotano Santa Fe y la selección de Checoslovaquia. Es curioso encontrar la manera en la cual un estadio, una simple estructura en la mitad de la ciudad, puede convertirse en un templo, en un segundo hogar, en parte de la vida de las personas y puede observar momentos históricos para la capital.
Es un nuevo día en la capital colombiana y se disputará un nuevo partido de fútbol profesional colombiano, se espera que la iluminación y gramilla estén en óptimas condiciones para el encuentro. Las calles comienzan, desde horas de la mañana, a pintarse con los colores del elenco local, el rojo y blanco comienzan a cubrir las avenidas, los transportes públicos y las universidades u oficinas. Todos esperan ansiosamente el pitazo inicial del árbitro. Pasan las horas previas al encuentro, los alrededores del ‘Coloso’ comienzan a recibir una marea roja, olas de hinchas que, a su manera, se van acercando a su escenario deportivo, a su catedral, a su iglesia, a las tribunas del estadio El Campín donde, el león bogotano, espera rugir.
El contraste es claro, la ciudad se parte en 2, es día de clásico, de derbi capitalino, de ser testigos de la rivalidad más grande de la historia de la capital del país, Independiente Santa Fe, el equipo rojo y blanco, se enfrenta a su némesis, a su eterno rival, a su enemigo de historia, a aquel contra el cual no se puede perder jamás, Millonarios, el equipo azul y blanco.
El clásico se juega desde temprano, los barrios comienzan a atestiguar los enfrentamientos entre los grupos de seguidores radicales de un club y del otro, los 90 minutos de fútbol que llegarán en la noche son disputados por la hinchada a lo largo del día, rojos por doquier, azules que esperan también un buen resultado, los medios de transporte público, colapsados a causa de acontecimientos violentos y la hostilidad característica de Galerías, El Campín, Chapinero y otros sectores ubicados en cercanías del estadio, aumentan a sabiendas de que las dos barras más importantes de la capital están a punto de enfrentarse.
La Policía comienza a llenar los alrededores, los anillos de seguridad previos al ingreso al estadio y los operativos policiales para la llegada y ubicación de la hinchada visitante para el inicio del encuentro, los humos se calientan, la tensión sube, los hinchas lo sienten, llegó el clásico, día de derbi, día de ver frente a frente a tu eterno rival y demostrar que, tanto dentro como fuera de la cancha, son superiores.
En el transcurso del día se ve a todos los hinchas expresando su amor por el fútbol, pero en especial por su equipo, ellos piensan que el fútbol es como una religión y que el estadio es su catedral, como lo veía Eduardo Galeano, aquel recordado escritor que siempre manifestó su amor por este deporte. Los instrumentos dan inicio a la fiesta en la tribuna popular, La Guardia Albirroja Sur, sus banderas y sus colores pintan la curva sur y comienza a jugar un papel importante en el partido. Comienzan a bajar los cánticos, no solo de apoyo al club de los amores, también de repudio y odio al rival, “A esos putos les tenemos que ganar” es el grito de guerra que, por 4000 voces al unísono, pareciera un ejército.
El día de clásico no se juega solo en la cancha y las calles, todos los miembros e hinchas apasionados saben el peligro que significa el día de clásico capitalino, la diferencia de números que tiene la hinchada de “las gallinas” como se denominan los hinchas de Millonarios y “los leones” de Santa Fe siembra alta preocupación en aquellos que visten con orgullo el rojo y el blanco y gustan de la barra brava como estilo de vida.
Para Diego de La Rosa, integrante de la Guardia Albi-Roja Sur, barra brava de Independiente Santa Fe, el equipo es su vida, y el rival se odia más que a nada. El día de cancha tiene unos días previos donde hay ansiedad, donde se está pensando qué camiseta se va a poner, cómo se va ir, a qué horas es el partido, cuál es el rival, las cábalas a la hora del partido. Normalmente la ansiedad siempre está ahí, el ir a alentar a su equipo, de acompañarlo bien sea cuando se juega de local o cuando se viaja para ver al rojo en otra ciudad. “El problema es la familia, siempre te reclaman por asistir al estadio o por viajar con el club, incluso manifestando el miedo al peligro y los problemas que las barras bravas traen”. De esta manera Diego da a entender que la vida de la barra brava y el fútbol va más allá de ser simplemente para entretener, se convierte en un estilo de vida que ocupa el 100% del tiempo, que incluso familiares, parejas y amigos aprenden a asimilar.
Ir al estadio no es solo entrar cantar en la tribuna 90 minutos y salir, esto tiene una serie de rituales y costumbres, como disfrutar unas cervezas y hablar de fútbol previo al partido, su segundo hogar, su segunda familia aquellos con que no comparten solo un equipo, comparten una pasión. Lágrimas de tristeza y alegría, victorias que pueden arreglar una vida destrozada o derrotas que pueden arruinar hasta el mejor de los momentos que se pueda vivir, sensaciones, locuras y anécdotas que, normalmente el hincha apasionado solo realiza por su club.
Para Sergio Jácome, periodista de la Universidad Sergio Arboleda, se vive el partido de una manera muy diferente, siente que los que le dan vida a un partido son sus hinchas. Sus aficionados lo hacen mucho más llamativo, más allá de lo que pueden dar los jugadores, como dice el dicho popular, la hinchada es el jugador número 12 en juego y es, tal vez, más apasionado que los jugadores mismos. Lo común en el Campín es tener taquillas medias, excepto en Copa Libertadores, donde la asistencia en muchas ocasiones se duplica. “La experiencia como periodista es muy cómoda ya que estamos ubicados en un sector privilegiado del estadio, así que este espectáculo se puede ver con una perspectiva inmejorable, a pesar de no ser de ninguno de los dos equipos bogotanos, siempre como periodista quiero que les vaya bien, independientemente de su color, ya que no solo ganan los equipos sino también la prensa”, sostiene Jácome.
Los equipos saltan al campo, se agitan las banderas, suben los ánimos, la curva sur salta, canta y alienta sin parar mientras los jugadores se dirigen a jugar. Suena el himno de Bogotá, tal vez ese momento del ritual donde el hincha expresa el amor a su ciudad, a su tierra y el orgullo de ser capitalino. “Flor de razas compendio y corona, en la patria no hay otra ni habrá, nuestra voz la repiten los siglos Bogotá, Bogotá, Bogotá, nuestra voz la repiten los siglos…”. Es allí donde se puede sentir el suspiro de miles de voces unidas para un solo grito, un grito de amor, pasión y lealtad, “Santa fe, Santa fe, Santa fe”.
Edward, un joven de 25 años que lleva 12 años asistiendo a la barra brava, es líder de un parche llamado “Los Hooligans”. Los días de clásico, según Edward, son días absolutamente especiales donde se intenta vivir al máximo, los días previos son de enfoque, de juntarse con los amigos para coordinar la logística para que todos asistan al estadio en grupo. También se trata de ponerse metas para reunir dinero y poder ayudar a la fiesta y decoración del estadio, ¿qué se va a hacer? “El objetivo es claro: siempre ir al estadio cuando hay clásico, sea copa o sea liga, el equipo esté bien o esté mal”.
Tanto Edward, como Diego, y como muchos otros, ven en el estadio no solo un plan para los domingos o una rutina, lo ven como un acto de sacrificio y amor, como una lealtad que se mantiene de las nubes, de las ilusiones, las pasiones y los sueños. Pasan 90 minutos, las fuerzas se acaban y la voz se agota, sin embargo no hay limitaciones, se alienta todo el partido, si se va ganando se canta, si se va perdiendo aún mucho más, porque, tal y como lo describen, el papel del hincha de Santa Fe no es más que ese, el apoyo incondicional, el amor desbordado, la santa fe que nunca se agota y el orgullo de ser hincha del equipo cardenal, y qué mejor que hacerlo en aquel icónico lugar, en el Nemesio Camacho el Campín.