Ser Pueblerina
Por: Paulandrea Cerón
Largas horas de tráfico, peligros más frecuentes en las calles, transporte público sofocante, diversidad cultural presente en todas partes, cambios de climas repentinos e impredecibles, personas con mentalidad más abierta… Estos son algunos de los factores que pude percibir cuando me di cuenta que mi vida iba a dar un giro de 180 grados el mi primer día que llegué a vivir a la ciudad capitalina.
Colombia es un país culturalmente rico, donde en cada una de sus seis regiones, comprendidas por 32 departamentos y 1.118 ciudades, encontramos diferencias de dialectos, comidas típicas, gustos musicales e incluso variedad de pensamientos. Algo ilógico, entre tantas distinciones es que me fuese difícil acoplarme a una ciudad diferente de la que nací, en mi cabeza no cabía la posibilidad de ver tantas diferencias en un mismo país. Cómo entender que aunque Bogotá es una ciudad mucho más grande, no pudiéramos entendernos fácilmente, como sí logré la conexión que tengo con los cucuteños, al fin al cabo, no me estaba mudando de país sino de territorio, a unos 555 kilómetros aproximadamente.
Este viaje lo emprendí por decisión propia, sentí necesario el salir de mi zona de confort y de las comodidades que tuve por 18 años viviendo en Cúcuta con mis padres, pues sabía que irme de la casa significaría aprender a ser autosuficiente y adquirir responsabilidades que antes no tenía. No puedo negar que realmente sentí mucho miedo, a pesar de que estaba emocionada por emprender nuevos caminos, el irme a vivir a una ciudad desconocida para mí me aterraba, sobre todo por preguntas que inundaban mi cabeza a diario como si iba a ser capaz de valerme por mí misma o si al mes me iba a estar devolviendo a mi acostumbrada vida.
Recuerdo con exactitud que fue el domingo 12 de julio de 2015 a las 8 am que estaba aterrizando en el Puente Aéreo de Bogotá, un día antes de entrar a la inducción de mi universidad. Quienes me recogieron son familiares lejanos de mi mamá que me dieron hospedaje por 3 meses en el extremo norte de la ciudad, los peores 3 meses de mi vida porque la señora de la casa me hacía la vida imposible debido a los choques culturales que ibamos encontrando a diario. Se iba incrementando la frustración en mí porque no me sentía a gusto conviviendo con personas que no me facilitaban mi estadía en esta ciudad y que por el contrario me hacían desistir de la idea de seguir viviendo lejos de mi adorada tierrita.
Vivía pidiendo auxilio a mi hermano mayor que me llevaba un año y medio de ventaja en Bogotá para que me diera la posibilidad de mudarme con él. Fue difícil de convencer en un principio porque él siempre me renegaba el hecho de que yo era la consentida de la casa, que a mí siempre me facilitaban las cosas cuando yo hacía un “berrinche” mientras a él pocas veces le tuvieron consideración porque el ser hombre lo hacía “más” fuerte y autosuficiente, menos expuesto a los peligros y menos capáz de rendirse”, así que él estaba de acuerdo de que yo siguiera viviendo con esa familia que me amargaba mi estadía con tal de que viera que la vida a veces nos pone obstáculos. Luego de los tres meses fue que aceptó a que me mudara con él.
Él era consciente de que yo era una persona demasiado introvertida no solo por haber sido tan consentida por mis padres sino porque yo sufría de autoestima bajo por mi físico. Mientras Edgareduardo, así se llama, pensaba que su vida era difícil por la mano dura que le daban mis padres, yo pensaba que era muy afortunado y hasta sentía envidia por lo diferente que somos. Todas las personas querían ser amigos de él, tenía muchas pretendientes por su hermoso rostro y carisma, nadie lo juzgaba, y nadie lo reconocía a él gracias a otra persona, como a mí, la famosa “hermana de Cerón” de Cúcuta. Por esas razones que nunca fui capaz de decirle en su momento, no solo me dolía que no me ayudara sino que pensé que incluso hasta conviviendo con él no iba a llenar el vacío de soledad que sentía de vivir en Bogotá sin mi familia.
El tiempo fue pasando y conviviendo juntos encontramos similitudes que jamás habíamos visto, incluso somos menos diferentes de lo que ambos pensábamos y eso nos ha unido mucho. Ya a punto de cumplir mis 3 años en Bogotá, puedo afirmar que cada uno es el mejor apoyo del otro y que me ha enseñado tanto que lo que antes llamaba envidia hoy puedo llamar admiración, mi mejor modelo a seguir.
Entre esas similitudes está que ambos amamos comer en Cúcuta y nos maravillamos cuando encontramos un sitio medianamente bueno de comida, que no sea un local de cadena, en Bogotá. Perdón si hay personas que no están de acuerdo con nosotros, pero la comida de la capital, a excepción del ajiaco, es terriblemente insípida, contrario a esto, cualquier chuzo de 1.000 pesos en nuestra ciudad es una delicia. Además, en cada oportunidad que tenemos de salir juntos nos damos cuenta de lo “pueblerinos” que fuimos en un inicio, de lo exageradamente regionalistas que somos, que amamos nuestras palabras cucuteñas, como por ejemplo, “toche”, que significa bruscamente pendejo y de lo felizmente que nos ponemos cuando algún rolo nos dice, “ustedes no son de aquí, ¿cierto?”. A pesar de que hoy en día nos acoplamos bien a Bogotá, o también llamada “nevera”, sentimos que nuestra esencia y nuestra región siempre la llevaremos con orgullo y tendremos ganas de volver a “Tochelandia”.
El acoplarme bien a Bogotá fue posible gracias a mi carrera, Comunicación social y periodismo, carrera que en un principio ninguno de mis familiares me creía capaz de estudiar por lo introvertida que era. Es una carrera que influye demasiado el ser social y el que yo no conociera a nadie ayudó a que me propusiera a ser una nueva Paulandrea, una que no le diera pena el ser extrovertida y agradecida con la vida.